UNA VIRGEN PERDIDA EN VERSALLES
Marie Antoinette - Segunda Entrega
Afuera, destellos dorados bañando el cielo obscuro, estrellas artificiales consumiéndose lentamente, mientras opacan la vulgar belleza de los astros naturales, un espejo de agua, un laberinto misterioso, y los árboles amparando a los amantes improvisados, a los amantes de una sola noche; adentro, el aire nunca ha sido más fresco y perfumado, a pesar de las miles de velas que iluminan las habitaciones y los cientos de cuerpos que se aglutinan, y chocan, y se rozan, y se excitan en cada rincón de Versalles; la música es estridente pero no supera las escandalosas pelucas entalcadas, las sonrisas son grandes pero las miradas perdidas, hay juegos, hay risas, hay pecados convertidos en postres de fresas, hay lagrimas convertidas en joyas, y los vestidos son merengues que danzan al compás del clavicordio; los labios se unen, los cuerpos se funden, y la inocencia muere justo cuando comienza un nuevo día, y al centro del mundo, Maria Antonieta cumpliendo dieciocho años, mientras la champaña fluye en las copas como fluye la sangre de sus delicadas venas. La noche en que
Maria Antonieta cumple dieciocho años, rodeada de sus mejores amigos, los cortesanos de
Versalles, y a lado de su esposo, el tímido
Luis XVI, es el momento más bello, impresionante y simbólico de
“Marie Antoinette”, la última película de
Sofia Coppola, en donde la joven directora narra magistralmente la vida de
Maria Antonieta, la última gran reina de Francia, una adolescente rodeada de lujos y parrandas, que además de luchar con los problemas propios de su edad y las intrigas de palacio, tiene en sus manos el futuro de todo un pueblo.
A pesar de las críticas severas y los abucheos con que fue recibida la película en la edición número 59 del
Festival de Cannes y el fracaso comercial que representó en el mercado norteamericano,
“Marie Antoinette” es una película destinada a convertirse en una cinta de culto (aunque no lo crean); malentendida, poco apreciada, pero hermosa, como la Reina que la inspiró
y la actriz que la interpretó (me refiero a
Kirsten Dunst), esta película es una oda a la juventud y todo aquello que la caracteriza, como la alegría desenfrenada, la confusión, el temor a crecer y perder la frescura, la gracia y la inocencia.
“Las Vírgenes Suicidas” y
“Perdidos en Tokio”, trabajos previos de
Sofia Coppola, tienen muchos puntos en comparación con
“Marie Antoinette”, pero el tema de ésta última y las emociones que evoca en el espectador distan mucho de las primeras películas; las tres tienen como centro vital a la mujer, la mujer moderna, inteligente, pero sola y abrumada; las tres películas tienen historias casi perfectas, con diálogos escasos pero interesantes; las tres tienen bandas sonoras inigualables que denotan el excelente gusto musical de
Sofia Coppola; las tres hablan de amor, pero no del amor cursi ni del amor imposible o idílico de las comedias románticas o de las mega producciones de Hollywood como Titanic; el amor plasmado por
Sofia Coppola es un amor más real, pero poético, es el amor puro y limpio que evocan los recuerdos de la infancia, el amor entre un hombre y una mujer que se sienten igual de solos y deprimidos, es el amor que se transforma en una promesa, en una lagrima, una risa o una carcajada, es el amor que se siente por todos los placeres y los dolores que nos regala la vida.
“Las Vírgenes Suicidas” es una película melancólica, sobre las personas que impactan nuestras vidas de una manera descomunal, pero que inevitablemente desaparecen y con el tiempo se transforman en memorias de la infancia y la juventud, pero que retornan a lo largo de nuestra edad adulta para recordarnos lo importantes que fueron en un determinado momento de nuestra existencia.
Ciertamente, “Perdidos en Tokio” es todo un tratado sobre la depresión, sobre la desesperanza y el vació que a veces sentimos en nuestras vidas; es la historia de dos almas perdidas en un ciudad moderna y aparentemente fría, de dos seres tristes y solos, que en el lugar menos pensado y en el momento menos adecuado, encuentran, a través del amor más puro e inocente, la razón de su existencia.
Pero “Marie Antoinette”, a diferencia de esos dos primeros filmes, es una cinta alegre y divertida, llena de color y frescura; es la historia de una “niña bien”, una niña rica y mimada, una pequeña “princesita” (bueno, en realidad era una archiduquesa); es la historia de una chica rodeada de lujos, de placeres, encerrada en una burbuja de oropel que la protege del mundo real, de ese mundo de miseria, de hambre, de dolor; de un mundo donde hay que trabajar duro para conseguir lo que se quiere.
La frívola, la banal, la vacía, la zorra, la gran villana, eso fue, es y será Maria Antonieta para muchos, pero para Sofia Coppola, esta reina menospreciada y odiada, no era más que una chica común y corriente; confundida, sola, desorientada, con los mismos temores que puede llegar a tener una mujer normal: encontrar al hombre de sus sueños, tener hijos, ser una buena madre, enamorarse, hacer algo bueno e interesante de su vida.
A través de los 123 minutos que dura la película, Sofia cuenta la otra versión de la historia, la versión de Maria Antonieta; podemos ver las luchas que la joven delfina tuvo que enfrentar en la glamorosa pero despiadada Corte de Versalles, la soledad, el dolor y la frialdad con que era tratada, pero también podemos apreciar las grandes fiestas y parrandas de las cuales siempre fue la columna vertebral, y todo, aderezado con la mejor muestra del punk, el pop ochentero y una par de rolas de rock para darle un poco de sabor ácido a la trama.
En resumen, vale la pena ver esta cinta, no sólo porque tiene un vestuario fantástico, ni porque fue filmada en Versalles, ni por la fantástica banda sonora o las brillantísimas interpretaciones de Kirsten Dunst en el papel de Maria Antonieta y Jason Schwartzman en el de Luis XVI, sino porque Sofia Coppola nos ofrece una fantástica historia con la que es muy fácil sentirse identificado, claro, dejando de lado el lujo y las joyas caras, pues creo que todos hemos experimentado la confusión, la soledad, las parrandas y las resacas de que fue victima la pobre Maria Antonieta.