Y SI UN DÍA ME MUERO, Y NADIE SE DA CUENTA
La Semana Santa o Semana Mayor es una de las fechas más importantes dentro del calendario católico, para muchos es un periodo de reflexión, de revalorización y en especial para los creyentes, es el momento adecuado del año para retomar las enseñanzas de la vida y obra de Cristo; para otros tantos, es el esperado periodo entre las fiestas decembrinas y las vacaciones de verano, en que se puede ir a la playa o a cualquier otro destino turístico, o simplemente tirar hueva; en mi caso, de niño esperaba con ansias la semana santa para poder degustar de la amplia variedad de platillos típicos de la temporada, compuestos en su mayoría de pescados y mariscos.
En casa de mi abuela paterna, además de los clásicos filetes de pescado empanizado y la sopa de lentejas, solían preparar un pollo con adobo y vino blanco que en verdad era exquisito, mientras que mi abuelita materna elaboraba un menú más costumbrista, compuesto de siete platillos que variaban de año en año, aunque nunca faltaba el pescado frito, los camarones empanizados, los nopalitos y de postre torrejas con miel de maguey o maple, según el gusto.
Con el tiempo, la tradiciones gastronomicas de la familia han variado un poco, pues mis abuelitas ya no están en la edad de preparar tremendas comilonas, ahora mi madre hace un par de platillos y el jueves santo o el viernes vamos a comer mariscos a un buen restaurant, después regresamos a casa y un poco por respeto a la fecha y por tradición, mis hermanos y yo permanecemos en la casa junto con mis padres.
Nuca he sido un persona apegada a la Iglesia (de hecho no me he confirmado ni pienso hacerlo), mucho menos hoy en día, que después de ver la serie de abominaciones que dentro de la curia católica se cometen, llego a rechazarla por completo; sin embargo, si me considero una persona creyente, más que en los Santos y en la Virgen, creo siemplemente Dios, en una fuerza superior que mantiene un orden, más no soy una persona devota, de ahí que casi nunca use esa semana para hacer algo espiritual, mucho menos para reflexionar, más esto vario un poco esta ocasión.
Este año decidí emplear la semanita de descanso para remodelar mi cuarto, sacar lo viejo y estorboso de mi habitación para dejar más espació libre, con el fin de que el aire y la energía circulen con mayor facilidad. La remodelación es una tarea que sólo en inicio requiere una intervención intelectual y razonada, después todo se torna mecánico, únicamente hay que seguir el plan trazado sin pensar, lo que deja bastante tiempo para que la mente comience a cavilar y generar locuras en su interior.
Mientras pintaba las paredes de mi cuarto en tonos azules, que originalmente habrían de ser berenjena y grises, pero que después me resultaron poco interesantes, comencé a pensar en mi muerte, tema bastante trillado, pero que en lo personal casi nunca ocupa espació en mis pensamientos, y no porque le tenga miedo o me deprima dicho tópico, sino porque no es algo que me resulte atractivo, por decirlo de alguna manera.
No le temo a la muerte por si misma, sino como un temor derivado, como el resultado de un miedo de mayor jerarquía: le temo a esas cosas que no puedo controlar, contra las cuales no se puede luchar, las que no tienen respuesta, cura, solución o salvación, pero en sí, a la muerte por ella misma no le temo, creo que muy al contrario comencé a respetarla cuando de pequeño leí la leyenda (o cuento?) de “El Ahijado de la Muerte” en la versión de los Hermanos Grim, y que tiempo después lo hiciera en la versión de B. Traven con el nombre de “Macario”; a partir de ese momento la muerte se convirtió para mi en el acto más justo, pues a fin de cuentas es la única que nos carga a todos por igual, sin distinción alguna, inclusive veo en la muerte un acto benévolo, un descanso, un regalo para dejar de sufrir, más con lo anterior no quiero que se entienda que la muerte sea algo que me agrade o que espere pronto para mi o la gente que amo, sino que simplemente es algo que no temo.
Definitivamente me gustaría “morir como los Santos”, es decir, dormir y ya no despertar, sin dolor ni tristeza, mas dicha muerte es muy poco probable para mí, pues de santo no tengo ni el hueso sacro; no me gustaría morir rodeado de personas, aunque tampoco me atrae mucho la idea de abandonar esta vida sin la mano de un ser querido sujetando la mía, además me incomoda muchísimo pensar en que nadie se entere de que morí, sin embargo, tampoco quiero que mi muerte se convierta en un tema de conversación, un chisme de ocasión o una noticia que se pierda entre muchas otras.
Como a María Felix, no me gustaría que me vieran en un estado tan lamentable, no, prefiero que me recuerden como cuando tenía vida, cuando podía hablar durante horas sin descanso, como cuando podía sostener en mi mano una fría copa de martini, cuando me embelesaba escuchando una buena rola con mi ipod o me enloquecía en algún concierto, que me recuerden metido todo el día en EL tribunal junto a mis expedientes, que me recuerden riendo de los chistes más estupidos del mundo o lleno de una ira enorme porque alguien no respeto mi voluntad, que me recuerden por haber hecho un comentario mordaz, astuto o inteligente, que me recuerden cometiendo grandes errores y haciendo cosas abominables, pero también lleno de virtudes (probablemente pocas) y dando lo mejor de mi en cada cosa que hiciera(inclusive las maldades y las travesuras), que me recuerden por haber sido un buen hijo, un hermano querido, un amigo inmejorable y un enemigo al que simplemente no pueden dejar de odiar (mejor dicho, amar, que mis enemigos no nieguen que fui el mejor adversario que alguien pudo tener, ji ji ji).
No me gustan los funerales y mucho menos me gustaría el mió, pero si pudiera planearlo creo que sería más o menos así:
1.- Vestidos para la ocasión: Obviamente todos vestidos del negro reglamentario, no sólo porque es uno de mis colores favoritos sino porque es el color tradicional para estos eventos, y pues mi funeral no debe ser la excepción, a no, a huevo todos de negro hasta los calzones o no entran.
2.- N.R.D.A.: Invitación en mano para ingresar o de lo contrario no pasan, si aun tengo amigos vivos ellos tendrán pase V.I.P. que les dará derecho a un café con tequilita, los demás que quieran asistir deben ser invitados por el comité organizador de mi velorio, que probablemente se integrará por mis familiares más cercanos, lógicamente me reservare el derecho de admisión, creo que si soy el muerto debo tener el privilegio de que no cualquier “hijo de vecina” vaya a ver mis restos, o ¿no?.
3.- Puras cenizas: Si, quiero que me cremen, nada de andar conservando mi cuerpo, mejor en una urnita y ya (si es de plata con incrustaciones de piedras finas sería mucho mejor) y que las guarden en un lugar especial para ello, como alguna cripta familiar o un cementerio, nada de que algún pariente maldito se las lleve y después utilicen mi urnita como cenicero, hay no, que asco.
4.- Música para dormir un freak: Por supuesto sería un elaborado setlist con mis rolas favoritas para amenizar el rato y hacer más pasadero el trance de haberme perdido, el cual estaría integrado con rolas de INTERPOL (especialmente “Public Pervert” que no tocaron en el Manifest), así como “Why Doest It Alway Rain On Me?” de Travis, “Roads” de Porthishead, cualquier rola del “The Joshua Tree” de U2 y para llorar con ganas “Everybody Hurts” de R.E.M., y ya cuando vayan a depositar mis cenizas en la cripta, que un cuarteto de cuerdas toque la melodía de “El Padrino” compuesta por Nino Rota y Carmine Coppola, digo, para darle más elegancia al evento.
5.- Con cena incluida: Qua haya de comer, o sea, no porque yo ya no pueda engullir alimentos los demás no van a tener hambre, o sea, tampoco se trata de que coman sobre mi ataúd; como la verdad no es apetitoso comer en una funeraria, pues mejor que me velen en un jardín, al aire libre, en una quinta con piscina y toda la cosa, y que haya una mesa con bufete de mariscos y mucho tequila.
6.- Pa’que me lloren mucho: Ya como último caprichito pediría que me contrataran como mínimo unas diez lloronas, si, contratar unas diez tipas que me lloren a grito, no importa si son actrices o prostitutas que hayan rentado, el chiste es que lloren pero con muchas ganas, de preferencia que sean jóvenes y de “buen ver” (guapas, bonitas, buenotas), auque también es plausible la variedad, es decir, sin importar la edad, el tamaño o el color, el chiste es que lloren un chingo y griten más, que digan cosas como: “Por que te fuiste chiquito” (“papito”, “hermoso” y “amorcito” también son aceptables), “Tan bueno que era”, “Hay como lo quería”, “por qué, por qué, no, no, no…”, etc, etc; ah, lógicamente estos diálogos deben estar acompañados de constantes desmayos, crisis nerviosas y muchos abrazos a mi ataúd antes de que me cremen.
A poco no sería un show requete bonito, me canso que habría mucho folklore y ninguna lagrima de verdadero dolor, que sería lo último que desearía ocasionar con mi muerte, mejor felices y contentos hasta el final.
Estas son las diecisiete rolas que integraron el setlist con las que el pasado viernes veintinueve de febrero, el maestro Bob Dylan deleitara a los más de siete mil asistentes a la Arena Monterrey, en su tercer concierto en México.