domingo, 27 de febrero de 2011

GLOOMY SUNDAY O EL INCONTROLABLE E INCOMPRENSIBLE YO.

GLOOMY SUNDAY O EL INCONTROLABLE E INCOMPRENSIBLE YO

Ir de compras y comer un buen helado de vainilla suele ser suficiente para contrarrestar mi tristeza, pero hoy necesito utilizar la artillería pesada para lograrlo: me preparo una taza caliente de té de jazmín (algo nada recomendable si se es habitante de un desierto), busco en mi colección de discos mi recopilatorio favorito de Billie Holiday y me dispongo a escucharla mientras me desahogo escribiendo.

En este momento debería estar estudiando para un examen, pero la verdad dudo mucho que pueda concentrarme si antes no saco toda esta tristeza, confusión y vergüenza que traigo dentro; pero por dónde comenzar.

Comenzaré hablando de mi adorada Billie y de lo que estoy sintiendo en este momento; un par de lagrimas amenazan con escapar de mis ojos mientras escucho Strange Fruit; mientras la dulce pero triste voz de Billie llega a mi cerebro, la primera lagrima escurre de mis ojos; oh Billie, adorada Billie, siento que solamente estamos tú y yo en mi habitación, solos tú y yo, contándonos nuestras penas y curándonos las heridas él uno al otro.

Siempre recurro a tus canciones más melancólicas cuando estoy más triste y confundido; y es que quizás escuchar tus dolorosas y depresivas interpretaciones me hacen darme cuenta de que hay gente aún más triste de lo que yo puedo sentirme; recuerdo que hay un capítulo de Sex and the City en el que Carrie se deprime ante el poco éxito obtenido en su primera entrevista de trabajo en Vogue, y uno de los directivos de la citada publicación le dedica una de tus canciones y le dice “…Billie Holiday, the only woman in more pain than you right now…” –recuerdo esto mientras comienza a sonar Gloomy Sunday, y entonces vuelvo a sentir con más intensidad como si de verdad Billie estuviera aquí junto a mi, viendo mi rostro lleno de lagrimas, y entonces decidiera cantar esta canción para contrarrestar con un fuerte antídoto mi depresión y apaciguar mis penas–.

Mientras más te escucho, más logro tranquilizarme, poco a poco me siento mejor, Billie, mi adorada Billie, mi compañera, mi amiga, la doctora que cura el dolor de cualquier alma, mi triste Billie, el único ser humano más dolido que yo en este momento.

¿Qué fue lo que paso?

Acabo de hablar con mi amigo Kello, “puso un espejo frente a mí”, y lo que ví no me gustó.

¿Qué viste?

Me ví a mi mismo idiotizado por el whisky y la ginebra, discutiendo con Ricardo y gritándole de forma grosera a José a mitad de la noche y en plena calle.

¿Por qué?

Porque culpa de mi incontrolable yo, mi explosivo y poco diplomático yo; sabes, creo que me estoy convirtiendo en lo que siempre odie.

¿En qué?

En el ebrio “mala copa” que arruina la fiesta, el payasito del que todos se burlan, o el desgraciado al que todos señalan; esa era la figura a la que siempre desprecié, y de la que mil veces he dicho no estar dispuesto a soportar.

¿Qué paso?

El sábado prometía mucho, pero al final yo solito me lo sabotee; la noche empezó mal cuando Sonia nuevamente fallo a su palabra de pagar una deuda monetaria contraída conmigo, y sabes, sin animo de sonar petulante, en verdad te digo que el problema no es el dinero, lo que me molesta es la falta de compromiso, de interés hacia mis problemas, la mala actitud, la poca cortesía y la poca responsabilidad, entre otras cosas. Platiqué con ella, le externé mi descontento, fui firme pero no grosero, me habría gustado mantenerme así toda la noche.

Luego, llegué a mi casa, le hablé a José para que me dijera qué planeaba hacer en la noche para festejar su cumpleaños, me dijo que nos reuniriamos en casa de Charlie, le digo que hablaré con los demás para informarles, pero me sorprendo un poco al darme cuenta que todos, menos yo, ya conocían el plan. Sabes, mi semana en el Tribunal estuvo algo complicada.

¿Por qué?

Me cambiaron un proyecto de sentencia el lunes, me sentí fatal, me sentí estupido, era una sentencia por la que obtuve felicitaciones y después, después me la cambian, para colmo de males otro abogado con el que constantemente estoy compitiendo, se congratula con mi superior e incluso obtiene la confianza de él y logra que le den un caso importante, ciertamente me da envidia, pero sobretodo me hace sentir aún más estupido.

Quizás, lo ocurrido este sábado fue sólo un reflejo de todo lo que fuiste acumulando durante la semana. Cuéntame, qué más pasó.

Un poco molesto por la actitud de mis amigos, decido olvidar todo viendo BLACK SWAN; esperaba que los cines de la localidad la estrenaran para verla de la forma correcta, “como Dios manda", en una sala de cine, pero no fue así, por lo que decidí descargarla y verla en la tv de mi casa; me preparé un par de Manhattans para verla; creo que fue la locura de Nina, la fuerza de la música y el aroma del amargo de angostura lo que me trastornó un poco.

¿Te gustó la película?

Me fascinó, la amé de principio a fin; sabes, me identifiqué con el personaje de Nina, yo, como ella, sé a la perfección que tengo las herramientas necesarias para hacer algo brillante de mi vida, pero me gana la debilidad, mi falta de compromiso, mi fragilidad, mi miedo, mi tristeza, me afectan demasiado los problemas con mi mamá y me es difícil romper las barreras de la comunicación para con mi amigos; mientras veía la película, al igual que Nina sentí que debía tratar de sacar a un yo más “negro”, más agresivo, más espontáneo, pero al final de la noche descubrí que sólo encontré a un yo más complejo, un yo incomprensible para mis amigos y para mi mismo.

Terminé de ver la película, entonces me puse mi sombrero nuevo, tomé mi fular gris y aborde mi automóvil para ir casa de Charlie; mientras conducía fui escuchando la banda sonora de la película, creo que eso me hizo perder un poco la noción de mis actos, pues por ejemplo, en determinado momento el auto alcanzó una velocidad de ciento cincuenta kilómetros por hora, obviamente, llegué a casa de Charlie en diez minutos en lugar de los quince que siempre me toma hacerlo, si no es que menos.

Llegué a la fiesta con la espada desenvainada, comencé a tomar, las bromas hicieron su aparición y con ellas también aparecieron mis respuestas altaneras y a la defensiva; la fiesta estaba resultando aburrida, aunque para mi la música por primera vez era buena, el setlist lo conformaban Garbage, Masive Attack, Oasis, Portishead y demás; yo comencé a molestarme con los comentarios de Ricardo, que parece que lo único que siempre quiere es exhibirme ante los demás; entonces, yo ya muy embriagado suelto la primera e injustificada bomba de la noche: DETESTO A LUIS.

¿Por qué dijiste eso?

Por idiota, pensando ingenuamente encontrar comprensión, pero mi comentario se enfrentó a un mundo desventajas, primero, porque la mayoría de las personas ahí reunidas lo idolatran, luego porque solté el comentario sin estar dispuesto a dar una justificación.

¿Y por qué no justificarlo?

Por miedo a comprobar que nadie se pondría de mi lado, porque obviamente, frente a él yo las llevo de perder, porque a pesar de que todo este tiempo he tratado de ser dulce y complaciente, a diferencia de él que es huraño, soberbio y descortés, no he logrado obtener “los puntos” necesarios para conseguir la sincera aprobación de algunos de ellos.

¿Qué más pasó?

Me puse más agresivo y altanero, y Ricardo más burlón; entonces, su nuevo amiguito, un chico de veintidós años me dijo algo que no me gustó: “ya bájale mi rey”; odié el tonito en que pronunció aquellas palabras, odié la forma en que me volteó la cara, detesté como me dio la espalda y se fue, dejándome sólo, negándome la satisfacción de contestarle algo, me dejo sintiéndome el patiño, haciéndome ver como al borracho idiota al que todos pueden decirle estupideces, al que todos deben controlar.

Y es que cómo es posible que alguien que ni me conoce pueda tan siquiera pensar en controlarme, o peor aún, en frenarme, ningunearme como si fuera un pendejo, un idiota al que hay que relegar.

La relación con el nuevo amiguito de Ricardo se fue al carajo desde el viernes cuando groseramente nos pidió a Santiago y a mí que no sentáramos en otra parte porque lo poníamos nervioso; aquella noche, Raúl, como así se llama, me pareció una persona soberbia, presumida y petulante, se la paso hablando de él, de lo mucho que hace en su trabajo, de lo inteligente que es, de sus viajes, de su ropa, de su nueva sala, de cosas triviales que me sacaron de mis casillas, y mientra lo hacia Ricardo nuevamente se burlaba de mi, exhibiéndome como si ese fuera su objetivo siempre que pronuncia mi nombre.

No crees que exageras.

No, el mismo Paco me lo confirmó en la tarde del sábado, después de la comida por el cumpleaños de José; me dijo que Raúl no estaba interesado en ser mi amigo, que yo no era de su agrado, que el ya había platicado con él.

¿Qué más paso la noche de ayer?

Todos decidieron ir a una fiesta, yo no quise ir, me molesté mucho por culpa de Raúl, subí a mi auto, arranque y me fui, pero en determinado punto de camino a mi casa, el incomprensible yo apareció frente a mí, me dijo que debía confortarlo, que no debía guardar aquel resentimiento; yo ya estaba demasiado ebrio, tomé mi celular y le marqué a Ricardo, no me contestó, volví a marcarle, nuevamente no atendió a mi llamada, lo hice una vez más, y me dijo algo que odié y que encendió mi ira: “…dónde andas mamacita..”; odio, odio de sobremanera que me trate como si fuera una mujer, lo detesto; comencé a gritarle, me puse como loco, le dije que no quería volver a ver a Raúl, que lo detestaba, que no lo soportaba; Ricardo me preguntó que por qué y luego se rió, yo le colgué.

El incontrolable yo no estaba dispuesto a dejar las cosas así, tenía que hacer un escándalo mayor; di la vuelta y conduje al lugar en que sería la fiesta; al llegar vi a todos afuera del lugar, estacioné el auto y caminé hacia ellos, sólo Kello se alegró de verme, de los demás sólo sentí hastío –créeme que los entendí, de seguro pensaron, y claramente le atinaron, que haría una de mis clásicas escenitas de embriaguez–; jalé a Ricardo de un brazo, le grité que quería hablar con él, José intentó mediar en el asunto, a él también le grité, lo saqué de sus casillas, y entonces me dijo sarcásticamente: “…si quieres hacemos una fiesta para ti…”, Ricardo lo secundó, estallé, pero ya no les grité, cerré fuertemente mis labios, abrí mis ojos a más no poder, me dí la vuela y me fui.

Memo, lógicamente preocupado, me mando un mensaje pidiéndome que le avisara cuando llegara a mi casa para saber que había llegado bien, y así lo hice, pero además le pedí que le dijera a Ricardo que no quería volver a verlo y mucho menos a Raúl.

El incomprensible yo, gran amigo resultó ser del incontrolable yo, y juntos, una vez más, armaron un drama inocuo, soso y sin justificación para arruinar mi reputación, para desmadrar mi amistada con ellos, para llenar un poco más el vaso con agua que sé que tarde o temprano se habrá de desbordar.

Llegué a mi casa, y nuevamente, cual estupido que soy, me puse a llorar, no por lo que los demás me hicieron, sino por lo que yo mismo me estoy haciendo, por lo mal se que me veo.

Hoy Kello me pidió que lo acompañara a hacer algunas compras, aunque su verdadera intención no era la compañía, sino platicar conmigo; me explicó todo lo que pensaba, me expresó lo mal que ponía cada vez que tomaba; sabes, Kello se comportó como un verdadero amigo, me dijo muchas cosas, mil razones por las cuales debería controlarme, lo hizo de una forma correcta, amigablemente, pero lo más importante, sin juzgar.

Me gustó que fuera honesto conmigo, pero no puedo negar que me hizo sentir muy mal, entonces llegué a casa, prepare mi té de jazmín, te busqué a ti para escucharte, y después prendí la computadora para desahogarme.

¿Qué piensas hacer?

No sé, no quiero pedir disculpas, no quiero ver a ese Raúl, no quiero hablar con Ricardo, me siento enormemente avergonzado con José, se que Charlie ha de estar hastiado de mi, y que Memo tal vez ya se acostumbró. No quiero pedir perdón, prefiero no salir, prefiero enclaustrarme, escucharte todo el día, tomar más té, tomar los libros e intentar estudiar.

Sabes, ya no me siento tan tiste, ahora me siento solo, confundido, perdido, avergonzado, moralmente apaleado, yo más que nadie aborrezco al intolerable yo, al intragable yo; no sé qué hacer, solamente estoy conciente de que este es un domingo triste, perturbadoramente triste para tratar de amar al incomprensible yo.




2 comentarios:

camareradice dijo...

Deja de ser el ebrio, no necesitas ser ese personaje en los grupos de carretes. Es preferible ser el observador de la noches cuando la gente anda en esa onda, y si la gente está descocada y extrema embriagate y hace show jajajaaj. Saludos y tranquilo eso le pasa a quien sea, no eres el primero ni el último. Trata de mirarte más veces cuando hacer las cosas, detrás de cada causa hay una consecuencia. :) arrivderci.

Holden ArG dijo...

Gracias por tu comentario, en verdad lo valoro mucho; y gracias a todos los que han cometado en otras entradas, disculpen por no haber tenido el tiempo de responderles.