RADIOHEAD, COMO SI FUERA LA PRIMERA VEZ (SEGUNDA PARTE)
Domingo 15 de marzo de 2009.
Después de que Abraham y yo desayunamos un par crepas en un pequeño restauran de la Condesa, abordamos un taxi que nos llevó al Museo de Arte Moderno con el fin de ver una exposición de Remedios Varo, mi pintora favorita, pero para nuestra mala suerte la exposición había concluido una semana antes, contrario a lo que se había publicado en internet, donde se anunció que la exposición duraría todo el mes de marzo, pero bueno, ya estábamos ahí, yo no conocía el lugar y a Abraham no le molestaba la idea de volverlo a ver, así que, después de hacer una pequeña fila, vimos una exposición temporal bastante extraña pero interesante -aunque a mi amigo le pareció exasperante-, y luego ingresamos a la sala donde se exhibe la colección permanente, donde pude ver en vivo y a todo color, mi pintura favorita: La Creación de las Aves.
La pintura me resultó más pequeña de lo que siempre imaginé y aunque me sorprendió el modesto marco que la sostenía, así como el pequeño y oculto muro en el que se le colocó, experimenté un enorme placer al verla, un placer que no se puede explicar porque no hay palabras que permitan hacerlo, basta decir que me enamore aún mas de aquellos tonos ocres, de los detalles de las plumas del búho, de los vívidos colores de las aves, de las marcadas pinceladas que alguna vez hizo Remedios, de la magia que emana del aquel trozo de madera; en algún momento mientras observaba aquella pintura, el mundo a mi alrededor desapareció, sólo estábamos la obra y yo, y en ese instante, toda la tristeza se esfumo de mi corazón, ya nada me dolía, ese pequeño cuadro había alimentado mi espíritu.
Aunque seguimos viendo la exposición, ninguna otra pintura pudo rivalizar u opacar lo que experimente con el cuadro de Remedios Varo, ni siquiera la gran joya de la colección: “Las dos Fridas”, que en contraposición es bastante grande y obviamente ocupa el muro principal; la última pintura que ví fue “El Volcán” del Doctor Atl -el gran amor de otra de mis pintoras favoritas, Nahuí Olin-, y si bien en la obra en cuestión me gustó, tampoco logró provocarme el sentimiento antes experimentado.
La segunda parada de aquel día fue en el Antiguo Colegio de San Idelfonso, donde vimos la magnifica exposición del fotógrafo norteamericano, David Lachapelle, la cual me encantó de principio a fin.
La obra de Lachapelle, a pesar de ser bizarra y perturbadora, resulta igualmente atractiva y brillante; aquella exposición fotográfica me provocó una vibra muy extraña, pues de ella se desprendía una gran energía y una fuerza descomunal, los brillantes colores, las caras extrañas, los labios gruesos, los famosos capturados en poses míticas, los modelos masculinos mostrando sus cuerpos desnudos, perfectos e inalcanzables, y las mujeres, o totalmente grotescas o totalmente banales, pero adictivas. La exposición de Lachapelle caería en la categoría de “la amas o la odias, pero es imposible no sentir nada frente a ella”.
Pasadas las seis de la tarde dejamos el museo; hacían ya muchas horas que mi amigo y yo no probábamos bocado, por lo que el hambre comenzaba a hacer estragos en nuestros estómagos, por lo que escogimos comer en un pequeño cafecito del centro histórico, que por cierto es uno de mis favoritos en la ciudad de México. Tan pronto terminamos de comer, volvimos a emprender la marcha cual judíos errantes, otra vez a caminar por las antiguas calles del centro, y finalmente otra vez arribamos al Paseo de la Reforma; a algunos podrá parecerles extraño que siempre que narro alguna crónica sobre mis fines de semana en la Ciudad de México, explique me la pase caminando durante horas y horas por sus calles y avenidas, pero es que sí algo disfruto de esa ciudad es precisamente “perderme” caminando en ella, confundirme con sus habitantes, ser parte del caos, del dolor, del estrés, pero también de la pasión, de la vibra, de la historia, de la ciudad, creo que de vivir en ella, gastaría parte de mis fines de semana caminando en alguna de sus tantas colonias, y siento que no podría cansarme de hacerlo. En Torreón, caminar por sus calles no resulta algo tan atractivo, por principio, el sol abrazador del desierto es el primer gran obstáculo para emprender una tarea de esta naturaleza, el calor es agobiante y la deshidratación puede ser el resultado de arriesgarse a hacerlo; el segundo punto en contra es la falta de atractivos, la ciudad no tiene los grandes edificios, los enormes parques, las legendarias colonias, y mucho menos la cultura de la caminata; no me malentiendan, con todo, mi ciudad, “el rancho” como algunos despectivamente la llaman -en ocasiones, yo soy uno de ellos-, a pesar de todos los “contra” que puede tener, posee una pequeña lista de “pros” que al final del día me hacen quererla.
En determinado momento, los pies de mi amigo y los míos exigieron que la caminata cesara, sin embargo, Abraham y yo aún no estábamos dispuestos a concluir la noche de ese domingo, creo que inconcientemente tratábamos de encontrar factores de distracción para olvidar por completo que en un par de horas, después de muchos años, el primer concierto de Radiohead en la ciudad de México estaría por comenzar, y nosotros no estaríamos en él. Mi amigo me preguntó si me apetecía hacer algo, le dije que tenía antojo de ver libros y unas ganas locas de comer strudel de manzana, entonces Abraham dijo –mmmm, ya sé, vamos a “El Péndulo” de la Condesa–, el citado lugar, para los que no lo conozcan, es una librería que a la vez sirve como café y restauran, y algunas de sus sucursales presentan obras o lecturas de poesías y cuentos. El ambiente en estas “cafebrerias” es sumamente agradable y relajado, hay música de jazz, swing o alternativa muy suave, y el menú es bastante bueno, una muy recomendable opción para tomar un cafecito y leer un libro.
Tan pronto mi amigo y yo llegamos a “El Péndulo”, tomamos una mesa de la planta alta y ordenamos algo del menú: yo pedí chocolate caliente y strudel de manzana con nieve de vainilla, él pidió café americano y pastel de chocolate igualmente con nieve de vainilla; mientras degustábamos la comida volvimos a platicar, como si todos estos día no hubieran bastado, y con el pasar de las horas, la noche irremediablemente se tornó más oscura. Ya algo somnolientos y aún más cansados, optamos por pedir la cuenta, en ese instante nos percatamos que éramos de los últimos clientes que todavía quedaban en el lugar; mientras se extendía la respectiva factura por todo lo que consumimos, el celular de Abraham sonó, era Miriam que se comunicaba desde el Foro Sol donde en ese momento se efectuaba el concierto de Radiohead; alcancé a escuchar a través del auricular como interpretaban “Just”, la cara de Abraham quedó helada, no había expresión en su rostro, estaba completamente extasiado, yo por el contrario, sin el menor ápice de decoro, y rompiendo por completo el ambiente de calma que reinaba en el lugar, con esa característica dramática que me distingue, estrepitosamente atiné a decirle a mi amigo lo siguiente –dile que no se a atreva a contarte ni el mas mínimo detalle del concierto, no quiero saber nada, no quiero escucharla– e inmediatamente baje las escaleras, aquel acto de neurosis sacó a Abraham del encanto, quien de inmediato tomó una actitud similar y le dijo a Miriam –no queremos ser groseros, pero no queremos saber nada del concierto, queremos verlo con nuestros propios ojos, queremos que sea nuestra primera vez, gracias, pero hablamos mañana–, entonces, busqué nuevamente su rostro para encontrar alguna reacción, sus labios totalmente emocionados sólo pudieron prorrumpir –escuchaste, era “Just”, estaban cantando “JUST”– creo que mientras lo decía, una sonrisa se dibujó en mis labios, la cual fue precedida de las siguientes palabras: “…Just you and no one else, you do it to yourself…”.
MUSEO DE ARTE MODERNO DE LA CIUDAD DE MÉXICO:
EXPOSICIÓN DE ALAN GLASS
EXPOSICIÓN PERMANENTE DEL MAM
ANTIGÜO COLEGIO DE SAN IDELFONSO
EXPOSICIÓN DE DAVID LACHAPELLE
TORRE MAYOR EN EL PASEO DE LA REFORMA
EL CABALLITO EN EL PASEO DE LA REFORMA
THOM A SU LLEGADA AL AEROPUERTO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
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