Son las dos y media de la mañana, del sábado seis de junio de dos mil nueve; estoy en mi habitación, resguardado por las sombras protectoras de la noche que me acompañan, hace años que dejé de tenerles miedo, pues descubrí que hay cosas peores a las que en verdad debo temerles, como a las consecuencias de mis actos, actos espontáneos, no planeados, no medidos; actos que después de consumados me causan más pavor que aquello que me es desconocido.
Se supone que en este momento debería estar saliendo de una fiesta, o quizá, dependiendo de las circunstancias, disfrutando aún de ella, pero no es así, como ya lo dije, estoy sólo en mi habitación frente a mi computadora, escribiendo una crónica con la que pretendo desahogarme, sacar este extraño sentimiento que llevo dentro, una rara mezcla de frustración, tristeza, nostalgia y confusión; una crónica que quizá no tenga ni pies ni cabeza, en realidad no sé como vaya a terminar, simplemente he comenzado ha escribir, mis manos transcriben lo que mi cabeza va hilando segundo a segundo, por lo cual, este relato no tiene aparentemente un tema en especifico, sin embargo, hay algo que quiero contar, que necesito sacar de mi mente para que no se pierda entre la propia indiferencia y la necesidad de olvido.
Hace ya muchas semanas que no actualizo mi blog con regularidad, la razón es la falta de tiempo, de animo e inspiración, he estado agobiado, agotado mentalmente, la verdad es que he invertido mucho de mi tiempo y mis energías en mi trabajo en el tribuna, así que cuando obtengo algo de tiempo libre, la verdad es que lo desperdicio tratando de olvidar todo, en especial de escribir; sin ánimos de exageración, más que nunca me he sentido como
Andrea Sachs en
“El Diablo Viste de Prada”, y aunque parezca extraña la comparación entre un personaje femenino y mi persona, lo cierto es que me siento como ella; en otras ocasiones ya he expresado que muchas veces me he visto reflejado en su historia, claro es, dejando de lado los diseños exclusivos de
Chanel y
Valentino (bueno, mi nueva jefa es fanática de la joyería de
Bulgari y la ropa de
Banna Republic, algo es algo), pero a fin de cuentas, igual de frustrado y cansado, es por eso que aunque muchos puedan considerar la novela y la película como superficiales, lo cierto es que para mi tienen un significado muy especial.
Me siento como Andrea porque al igual que ella tengo un titulo que avala mis estudios, porque como ella soy una persona inteligente y trabajadora, que hace su labor de la mejor manera, que siempre está dispuesta a aprender y aportar algo para hacer mejor las cosas, y que pesar de esta dedicación, no logra sentirse plenamente recompensada o valorada por su esfuerzo; además, mi jefa, al igual que la de Andrea, me agobia con absurdas tareas que nada tienen que ver con mis obligaciones contractuales, y no en balde quiere que haga a la perfección y con prontitud todas aquellas que sí me son propias; para mi fortuna, mi jefa es educada, agradable, simpática y cariñosa, no ese mar de estrés y amargura que es Miranda, la jefa de Andrea.
Verán, mi trabajo no es nada del otro mundo pero si es algo pesado, llevo trabajando en él ya casi cuatro años, comencé cuando aún estaba en la universidad; desde pequeño siempre he soñado con convertirme en Juez algún día, solía jugar a eso; junto con mis hermanos y primos simulaba constituirme como una figura de autoridad y poder, pero imparcial, con el conocimiento y el sentido común necesario para tomar una decisión adecuada y dictar un veredicto, claro que de niño no hacia un análisis tan profundo, pero ese sentimiento era el mismo: resolver un conflicto entre dos parte basándome sólo en los hechos y no en los sentimientos.
Por azares del destino, por obra divina, porque así estaba escrito, o simplemente, porque así tenía que ser, hace cuatro años tuve la oportunidad de ingresar al Poder Judicial de la Federación, jajajaja, un
“trabajo por el que miles de abogados en México morirían” (esa frase me recuerda algo, dónde la he escuchado), ¿Por qué? Porque es un trabajo bien remunerado, que permite alcanzar un futuro seguro y cómodo; porque otorga un nivel y un estatus difícil de conseguir de manera rápida (aunque no sencilla, en verdad es mucho trabajo), y más aún, difícil de mantener; vaya, porque es uno de los caminos para llegar a la cúspide (una magistratura, el Consejo de la Judicatura, la Suprema Corte), al nivel jerárquicamente más alto de la legalidad en México; sin embargo, esa legalidad no es justa o perfecta, y en honor a la verdad, pertenecer al Poder Judicial Federal tampoco es muy divertido o alentador, ni constituye la única clave suprema del éxito financiero y personal, pues fuera de él también hay abogados que obtienen grandes ganancias económicas, y sobretodo, mayores en el ámbito personal y espiritual.
El trabajo en el Poder Judicial Federal (no confundirse con el fuero común o Juzgados Locales) es muy, muy pesado, ingresar a él no es fácil, y mantenerse ahí mucho menos; el sistema judicial en México es asqueroso, como lo dijo una amiga, pero no es asqueroso por sí mismo, son las personas que participan de la corrupción, ya sean ciudadanos o funcionarios, las que lo hacen así. Entonces, ¿Por qué sigo trabajando ahí? Pues son muchas las razones, primero, porque adoro el estatus y posición que me brinda, y el nivel que todavía le falta darme; porque recibo un sueldo que no está mal; porque me gusta mi trabajo, porque sé muy bien que mi labor, aunque probablemente mínima, es importante, e insisto, porque a pesar de todo, me gusta mi trabajo; porque sin importar lo que he visto, aún sigo creyendo que la justicia no sólo es un ideal inalcanzable o intangible, es algo real, algo que es viable si toda la sociedad pone algo de su parte; además, frente a mí tengo el esfuerzo, el sacrificio y la dedicación de cientos de personas que trabajan día a día (en ocasiones sin dormir, pues las jornadas laborales son criminales) para el Poder Judicial Federal, que hacen su trabajo con orgullo, honestidad, dedicación y mucho amor; todo esto me anima a continuar, a no darme por vencido, a creer que no todo está podrido, aunque lamentablemente la gente de afuera está tan cansada de la corrupción (y cómo no culparla) que es incapaz de apreciar y aceptar esa verdad; y finalmente, porque durante estos cuatro años me he partido el lomo, porque me he ganado a base muchos dolores de cabeza, esfuerzo y dedicación, todos mis nombramientos y mis designaciones, porque después de todo este tiempo no voy a tirar la toalla y minimizar mi sacrificio y mi esfuerzo, porque ha valido la pena y he disfrutado trabajar ahí, porque no me da la chingada gana rendirme, porque el día que decida salir del Poder Judicial Federal, será porque he logrado mi meta o porque de plano, han aniquilado mi fe por la endeble pero aún existente justicia mexicana.