EL DYLAN QUE ME TOCÓ CONOCER: IMPRESIONES SOBRE EL CONCIERTO DE LA LEYENDA, BOB DYLAN, EN MONTERREY EL 29 DE FEBRERO DE 2008
El Dylan que me tocó conocer aquel viernes veintinueve de febrero en Monterrey, no era el mismo del que siempre he escuchado hablar: no conocí al cantautor nacido en Minnesota, mucho menos al joven ingenuo llegado a Nueva York, sin más camino que el de la prostitución para poder sobrevivir; no fue el mismo Dylan que enseñó a los Beatles a fumar mota, ni el que derrotó a Bjork en las nominaciones del Oscar; no fue el Dylan inspirado, lucido y elocuente, ni el Dylan preparado para desarmar al sistema con una melodía, por supuesto no fue el héroe del movimiento folk; no fue el Dylan ganador del Pulitzer y el Premio Príncipe de Asturias; no fue el poeta y ni siquiera el músico; el Dylan que me tocó conocer es el de la voz ya extinta y la efigie sombría, pero capaz de llenar con su sola presencia un escenario; el Dylan que me tocó conocer aquel día fue la leyenda viviente, el mito que camina por entre los hombres comunes e intrascendentes.
Bastantes semanas han pasado desde que tuve la oportunidad de ver a Bob Dylan en Monterrey, tantas que ya perdí la cuenta, más la experiencia y los sentimientos recogidos de aquella fecha me resultan aun incomprensibles; por principio la gira me tomó por sorpresa, recién llegaba yo al trabajo después de haber disfrutado mis muy merecidas vacaciones decembrinas, cuando al leer el periódico encontré una pequeña nota en la que se anunciaban las presentaciones de Dylan en el D.F., Monterrey y Guadalajara para el mes de febrero; mi primera reacción fue la de asistir sin importar el día y el lugar, pero así como prematuramente tomé aquella inamovible decisión, prontamente llegaron a mi mente algunas interrogantes: ¿En verdad quería ver a Bob Dylan o sólo quería asistir al concierto para alimentar mi ego, y presumir algún día que yo fui a verlo? La respuesta valida y correcta para ambas preguntas era si.
Lo cierto es que la música del maestro Bob Dylan me gusta mucho, aunque en un inicio honestamente la rechácese, ¿Por qué?, por estupido, por ingenuo, por ignorante, por que la voz Dylan me parecía horrible (aun hoy no termina de agradarme del todo), pero con el tiempo aprendí y presté más importancia al compositor y al músico que es, que al cantante que nunca ha sido. Fue en la Universidad cuando comencé a escucharlo, por la necesidad de encontrar canciones que no hablaran sólo de amor y despecho, sino canciones trascendentes que contuvieran respuestas elementales, respuesta que como bien dice el maestro, siempre están soplando en el viento pero nadie se atreve respirarlas.
Independientemente de que la música de Dylan me gusta, y por lo tanto para apreciarla y valorarla no era necesario ir a uno de sus conciertos, pues probablemente la voz de Bob sonaría mejor en mi Ipod que desde el escenario de la Arena Monterrey, su concierto en la ciudad regiomontana se me presentaba como la primera, la única y quizás la última oportunidad de ver a una leyenda viviente de la música, a una de las glorias más respetadas del “rock de la vieja escuela” en escena.
Una vez despejadas las dudas, la decisión de ver a Dylan quedó completamente afianzada, por lo que después de más de cuatro horas de viaje, mi amigo de andanzas Abraham y yo llegamos a Monterrey dispuestos a disfrutar aquel espectáculo; ya en Monterrey, pude confirmar que dicha ciudad no es muy distinta de Torreón, sólo que es menos contaminada (algunos días al año), pero más grande, peligrosa, caótica y con automovilistas aun más esquizofrénicos e imbeciles, inclusive que los de la Ciudad de México (aunque parezca difícil de creer).
La Arena Monterrey tampoco me pareció nada sorprendente, si bien es una construcción moderna, tecnológicamente avanzada, bastante amplia y por demás cómoda, la verdad me pareció un edificio bastante “frío” y “carente de vida”, vaya, el lugar no es nada impactante y significativo, pero comparado con “Coliseo del Centenario” de Torreón, la mentada Arena resulta ser la octava maravilla del mundo.
Ya instalado en mi asiento y dispuesto a escuchar la música de Dylan, como me ocurre en todo concierto, perdí por completo la noción del tiempo, no se si éste empezó de manera puntual o con un pequeño retraso; el show comenzó sin anuncio previó, bastó que las luces se apagaran para que de manera pausada y tranquila la banda de Bob Dylan subiera al escenario, y así como ellos se presentaron sin bombo y platillos, el poeta Norteamericano subió y empezó a tocar.
Las rolas comenzaron a sonar de una manera fluida y elegante, la banda de Dylan, integrada por maestros hábiles y experimentados, interpretaron aquellas melodías de una manera tan brillante que terminaron por convertirse en las verdaderas estrellas de la noche; sin embargo, como cualquier sinfónica u orquesta que requiere de un director que les marque el camino a seguir, Dylan fue el hilo conductor por medió del cual fluyó la música interpretada por aquella banda, pues a final de cuentas el era el compositor de esos sonidos.
El concierto de Bob Dylan dio un repaso de sus últimos materiales discográficos, sobretodo al “MODERN TIMES” del que se desprende “Spirit On The Water”, rola con la que en mi caso llegó el clímax del concierto; Dylan se reservó para el final, como era de esperarse, sus canciones emblemáticas: “Like A Rollign Stone” y “Blowin’ In The Wind”, ésta última junto con “Thunder On The Mountain” integró el encore ideado por Dylan para ese concierto, el cual quedó sellado con una ovación de pie para el maestro.
Tan pronto Bob Dylan abandonó el escenario, el público comenzó a desalojar la Arena Monterrey por las diversas puertas de acceso; recuerdo que de entre aquella muchedumbre extasiada, hambrienta, alcoholizada o con ganas de ir al baño, se escuchó la voz de un chico que caminaba a contra corriente de aquel mar de personas, no alcance a verlo, pero como todos los que intentábamos salir por el acceso “O” de ese lugar, escuche claramente como aquel niñato alzo la voz y dijo: “Pésima selección de canciones”, comentario que en lugar de enfadar a los que lo rodeaban provocó las risas de quienes lo escucharon, pues obviamente no a todos nos había tocado ver al mismo Dylan sobre el escenario de aquella Arena Monterrey.
Bastantes semanas han pasado desde que tuve la oportunidad de ver a Bob Dylan en Monterrey, tantas que ya perdí la cuenta, más la experiencia y los sentimientos recogidos de aquella fecha me resultan aun incomprensibles; por principio la gira me tomó por sorpresa, recién llegaba yo al trabajo después de haber disfrutado mis muy merecidas vacaciones decembrinas, cuando al leer el periódico encontré una pequeña nota en la que se anunciaban las presentaciones de Dylan en el D.F., Monterrey y Guadalajara para el mes de febrero; mi primera reacción fue la de asistir sin importar el día y el lugar, pero así como prematuramente tomé aquella inamovible decisión, prontamente llegaron a mi mente algunas interrogantes: ¿En verdad quería ver a Bob Dylan o sólo quería asistir al concierto para alimentar mi ego, y presumir algún día que yo fui a verlo? La respuesta valida y correcta para ambas preguntas era si.
Lo cierto es que la música del maestro Bob Dylan me gusta mucho, aunque en un inicio honestamente la rechácese, ¿Por qué?, por estupido, por ingenuo, por ignorante, por que la voz Dylan me parecía horrible (aun hoy no termina de agradarme del todo), pero con el tiempo aprendí y presté más importancia al compositor y al músico que es, que al cantante que nunca ha sido. Fue en la Universidad cuando comencé a escucharlo, por la necesidad de encontrar canciones que no hablaran sólo de amor y despecho, sino canciones trascendentes que contuvieran respuestas elementales, respuesta que como bien dice el maestro, siempre están soplando en el viento pero nadie se atreve respirarlas.
Independientemente de que la música de Dylan me gusta, y por lo tanto para apreciarla y valorarla no era necesario ir a uno de sus conciertos, pues probablemente la voz de Bob sonaría mejor en mi Ipod que desde el escenario de la Arena Monterrey, su concierto en la ciudad regiomontana se me presentaba como la primera, la única y quizás la última oportunidad de ver a una leyenda viviente de la música, a una de las glorias más respetadas del “rock de la vieja escuela” en escena.
Una vez despejadas las dudas, la decisión de ver a Dylan quedó completamente afianzada, por lo que después de más de cuatro horas de viaje, mi amigo de andanzas Abraham y yo llegamos a Monterrey dispuestos a disfrutar aquel espectáculo; ya en Monterrey, pude confirmar que dicha ciudad no es muy distinta de Torreón, sólo que es menos contaminada (algunos días al año), pero más grande, peligrosa, caótica y con automovilistas aun más esquizofrénicos e imbeciles, inclusive que los de la Ciudad de México (aunque parezca difícil de creer).
La Arena Monterrey tampoco me pareció nada sorprendente, si bien es una construcción moderna, tecnológicamente avanzada, bastante amplia y por demás cómoda, la verdad me pareció un edificio bastante “frío” y “carente de vida”, vaya, el lugar no es nada impactante y significativo, pero comparado con “Coliseo del Centenario” de Torreón, la mentada Arena resulta ser la octava maravilla del mundo.
Ya instalado en mi asiento y dispuesto a escuchar la música de Dylan, como me ocurre en todo concierto, perdí por completo la noción del tiempo, no se si éste empezó de manera puntual o con un pequeño retraso; el show comenzó sin anuncio previó, bastó que las luces se apagaran para que de manera pausada y tranquila la banda de Bob Dylan subiera al escenario, y así como ellos se presentaron sin bombo y platillos, el poeta Norteamericano subió y empezó a tocar.
Las rolas comenzaron a sonar de una manera fluida y elegante, la banda de Dylan, integrada por maestros hábiles y experimentados, interpretaron aquellas melodías de una manera tan brillante que terminaron por convertirse en las verdaderas estrellas de la noche; sin embargo, como cualquier sinfónica u orquesta que requiere de un director que les marque el camino a seguir, Dylan fue el hilo conductor por medió del cual fluyó la música interpretada por aquella banda, pues a final de cuentas el era el compositor de esos sonidos.
El concierto de Bob Dylan dio un repaso de sus últimos materiales discográficos, sobretodo al “MODERN TIMES” del que se desprende “Spirit On The Water”, rola con la que en mi caso llegó el clímax del concierto; Dylan se reservó para el final, como era de esperarse, sus canciones emblemáticas: “Like A Rollign Stone” y “Blowin’ In The Wind”, ésta última junto con “Thunder On The Mountain” integró el encore ideado por Dylan para ese concierto, el cual quedó sellado con una ovación de pie para el maestro.
Tan pronto Bob Dylan abandonó el escenario, el público comenzó a desalojar la Arena Monterrey por las diversas puertas de acceso; recuerdo que de entre aquella muchedumbre extasiada, hambrienta, alcoholizada o con ganas de ir al baño, se escuchó la voz de un chico que caminaba a contra corriente de aquel mar de personas, no alcance a verlo, pero como todos los que intentábamos salir por el acceso “O” de ese lugar, escuche claramente como aquel niñato alzo la voz y dijo: “Pésima selección de canciones”, comentario que en lugar de enfadar a los que lo rodeaban provocó las risas de quienes lo escucharon, pues obviamente no a todos nos había tocado ver al mismo Dylan sobre el escenario de aquella Arena Monterrey.
2 comentarios:
Me gusto mucho tu articulo, que bien que hayas podido ir a ver su concierto, yo la verdad nada mas he escuchado 2 canciones de el, asi es que soy una completa ignorante, pero me prometere escucharle, si me puedes dar recomendaciones, ps mucho mejor, cuidate, xoxo.
P.D:date una vuelta por mi blog.
Bueno, la verdad son muchísimas las rolas de Dylan que uno debe escuchar y muy poco tiempo y aguante, sin embargo creo que es indispensable escuchar las siguientes:
Just Like A Women
Lay Lady Lay
Blowin’ in the Wind
Rainy Day Women #12
Mr. Tambourine Man
Maggie’s Farm
Like a Rolling Stone
Knockin’ on Heaven’s Door
Hard Times in New York Town
Otra recomendación es que escuches el cover que Dylan hizo de una rola llamada “House of the Rising Sun”, que en mi opinión es la mejor versión de esta rola, inclusive hasta la voz de Dylan interpretándola me gusta.
Gracias por tus comentarios y por supuesto visitaré tu blog.
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